Las casas derruidas

Para Heather

Tú cuidas una orilla de la calle
y yo la otra.
Nada ni nadie escapa a nuestra vista:
gatos, niños intrusos
luces innombrables,
cartas sin destinatario.

Los ancianos vecinos
con las piernas adoloridas y los televisores parpadeantes
en sus departamentos
necesitan nuestra guardia,
los escandalosos de la casa de dos pisos
al final de la cerrada,
siempre de fiesta
y manejando sus estruendosos coches arriba y abajo
de la calle que perece suya
necesitan nuestra guardia,
el vendedor de mariguana (no mencionaremos
su nombre) y el patrullero que hace sonar su sirena
en la calle los jueves en la noche
necesitan nuestra guardia,
la gente de la iglesia sobre la cerca de la casa grande
donde regentean el banco de alimentos
esos que nunca paran de decir “buenos días”
necesitan nuestra guardia,
las casas derruidas de la granja abandonada
detrás del campo de golf
la que mira hacia Blackhead y el salvaje océano del sur
(donde una vez te asustaron los eucaliptos)
necesitan nuestra guardia.

Cuando la calle está apacible
vengo a tu departamento
a mirar la tele, compartir un bizcocho y algunas preguntas:
¿qué cenaste ayer en la noche?
¿saliste a caminar esta tarde?
¿cómo te fue con el terapista?

No me quedo mucho tiempo
nunca lo hago:
yo soy ese niño
que corre a todo lo largo y ancho
de tu jardín
persiguiendo
luces innombrables.

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