Pensamientos en torno a un proverbio sufí

Hace mucho tiempo fui un átomo. Una unidad en dos, magníficamente fusionada.
Lleno de potencial, estaba cerca de mi esencia. Morí como átomo y
evolucioné hacia otra forma. Me convertí en piedra, lejos de derretirme.
Me estaba enfriando.
Luego de ser piedra me volví planta. Como planta, aprendí
a cazar y a comer carne. Morí como planta y me volví pez. Como pez
me crecieron alas y volé sobre las agitadas aguas. Después aspiré
a subir por encima de las verdes y altas colinas.
Cuando morí como planta, en otra rama que me gustaba de mí crecieron piernas
y salí arrastrándome del mar –sobre mis cinco. ¿O serían seis o siete?
No importa, tenía brazos, piernas y dos manos con las cuales aprendí
a levantar piedras y afilar palos.
Mi otra rama volátil trató de sacarme los ojos. Se mofaron
por no haber elegido un oficio aéreo. No hice caso a la burla,
escabulléndome para sortear el peligro. Aprendí a lanzar piedras.
Y pronto, con una diestra precisión, puede derribar a mis
torturadores.
Me los comí con plumas y todo, solo aprendiendo más tarde a salvar
las plumas para adornarme yo mismo.
Evolucioné de planta y me convertí en animal. Morí como animal
y me convertí en hombre. Ahora … nunca maduré tanto muriendo
¿entiendes?
Quiero volver a ser piedra, pero no de esas que son tan frías
como la eterna noche – el lado oscuro de la luna.
Para una piedra es lo mismo una forma o figura que otra.
Compacta y lisa para volverme un millón de grumos murmurantes
de arena desmembrada calladamente lejos del
polvo ancestral; y todo en buen tiempo, también, precisamente,
y con resignada elegancia.

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