Desempleo
Todos los jueves a las diez de la mañana voy a la Oficina de Empleo,
relleno la solicitud que me dan, y digo lo que he ganado
por cortar los arbustos del vecino, alimentar su caballo,
rescatar una oveja tonta del pantano. Algunas veces, en trabajos domésticos,
hago hasta una libra por semana, pero nadie
ofrece nada permanente. El oficial (a quien conocí en la escuela,
un oso en el asiento de atrás) dice bostezando: lo siento, no podemos
contratarte.
Y por consiguiente no tengo lugar, ni en esto ni en aquello. Tengo
una buena caja de herramientas que mantengo bien aceitadas.
Tengo la experiencia y el conocimiento atados a un presto fajo
en la esquina de mi cabeza,
muy cerca de la puerta, pero como nadie la toca, siempre está cerrada.
Recojo mi prestación semanal. Vuelvo a casa,
abrazo a mi mujer, le doy de comer al gato,
y, como no tengo oficio ni beneficio, engordo.
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