Recompensa
Bajé a la frívola ciudad para hacer algunas transacciones.
En el tranvía los pasajeros discutían sin sentido;
en las tiendas muy caras las mercancías;
en el banco muy poco dinero;
en las largas calles demasiado calor.
Pero en la Oficina de Correos me dieron tu carta.
La leí en mi cultivado jardín, al caer la tarde.
Un viento fresco que venía de las olas del mar soplaba dulcemente
y entonces vi que el pequeño Omi-Kin-Kan había echado un verde retoño.
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Rogelio Guedea