La bahía
En el camino a la bahía había un lago de juncos
donde nos bañábamos a veces y nos vestíamos entre los bambúes.
Ahora es mejor detenerse y decir:
cuántos caminos tomamos que no nos llevaron a ninguna parte,
el callejón cubierto de maleza, que ahora no significa sino pérdida:
y no ese auténtico jardín donde todo era tan sencillo.
Y por la bahía misma había acantilados con nombres grabados
y una cabaña en la orilla junto a un horno maorí.
Jugamos carreras en barcazas en las riberas del arroyo de piedra pómez
o nadamos en esas otoñales reservas
que crecían frías en agua ámbar, montando troncos
corriente arriba, y esperando por la taniwha.*
Así que ahora recuerdo la bahía y las pequeñas arañas
aferradas a los maderos, tan venenosas y veloces.
Los acantilados grabados y los grandes rudos oleajes
con corrientes entre las rocas y los pájaros alzando el vuelo.
Miles de veces se desgarra una hora
y arde con el fin de continuar viviendo.
Pero yo recuerdo la bahía que nunca fue
y continúo de pie como una roca sin darle la espalda.
*En Maorí: espíritu del agua.
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