Un árbol de rosas

Cuando fuimos a vivir a Top Lodge
mi madre me dio un árbol de rosas.

No tuvo que pagar por él,
estaba creciendo ya ahí,

alto y viejo, sobre el camino de grava
donde solíamos andar en nuestros patines.

A nadie más se le permitía cortar
los enormes pétalos blancos que olían dulcemente.

Fue mío todo el verano.
En octubre nos mudamos otra vez.

Pero aun cuando no volví a verlo
no pude dejar de sentirlo mío:

uno de esos eternos presentes.
En la nueva casa tuve un pato.

Escribe un comentario

Suscríbete para recibir actualizaciones

Comentarios

Más de Fleur Adcock

Los más leídos