Desayuno con Strindberg

para Karin Bellman and C.K Stead

Strindberg ha venido a desayunar.
Naturalmente, estamos contentos pero
parece cansado, triste,
desaliñado.
Le pregunto si algo le pasa.

Me mira con
sus pálidos ojos azules
y se encoge de hombros:
“Nada”, balbucea.
“Casi nada”.

Para animarlo
lo invito a sentarse a la mesa
y disfrutar del banquete:
langosta, ensalada, arenques en escabeche
sazonados con licor escandinavo.

Sus ojos iluminan la estancia.
Él lame sus labios, se afloja la corbata
y señala a su amigo Ibsen,
quien, con la nariz aplastada contra la ventana,
todavía bajo la nieve, está esperando afuera.

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