Casa y tierra

¿No fue este – preguntó el historiador-
el lugar original de la hacienda?
No te lo podría decir, dijo el ranchero;
yo sólo vivo aquí, continuó,
trabajando para la vieja señorita Wilson
desde que el anciano murió.

Abatido bajo los eucaliptos
el perro arrastra su cadena
de la letrina hasta el aviario
y de vuelta a la letrina,
padeciendo la tediosa tarde
animada por el anuncio de lluvia.

Ahí se sentaba la vieja señorita Wilson,
con sus fotografías en la pared,
el tío baronet, la madre al lado,
y algo que ella llamaba El Vestíbulo;
tomando té de una tetera de plata
por temor a que se cayera la casa.

Los colonizados, dijo ella,
no pueden entender ….
por qué, de Waiau a las montañas,
fueron todas tierras de mi padre.

Ella ya está en sus ochenta, dijo el ranchero,
en la casa de ordeña.
Me voy el próximo invierno.
Esto está terriblemente desolado, agregó.

El espíritu del exilio, escribió el historiador,
es fuerte todavía en la gente.
Me recordó bastante, dijo la señorita Wilson,
al más joven de los Harriet, Will.

El ranchero, de vuelta a casa de la ordeña, fue
a beber con el cazador de conejos, de vuelta
a casa de la colina.

La aciaga tarde del noroeste
se vino abajo , y la lluvia empezó;
el perro, perdido y decrépito,
se arrastró a su refugio.
Pero no puedes culpar a nadie
de la gran melancolía
que padecen los colonizadores
en una tierra que nunca tiene
un alma en casa.

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