Araña
Una pequeña masa de sombra
en la pared del desván, que
apareció simplemente allí una noche.
Incapaz de llegar,
de escurrirse tímidamente
desde su guarida debajo del sofá,
se amarró
al atracadero de mi pensamiento,
como el Pacífico.
Su presencia me sobresaltó.
Un miedo inconfesable
a esas largas piernas —que ya invadían
el borde de mi almohada—
me expulsó de las paredes.
Me acosté en el suelo
admirando su simetría
—elegante, exótica,
como un paraguas antiguo—.
Entonces le di un zapatazo.
Pero sobrevivió.
Reducida a una mancha
oscura en la esquina del techo,
se había disuelto.
La hendidura que dejó
parecía descarada, obtusa:
no me gustó nada.
Aquellas patas peludas golpearon
repetidamente mi imaginación
hasta hacerme creer que yo existía —
fabricante de sombras
brillando y girando adentro
de mi propio agujero negro.
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