Soledad

Ahora es la Soledad la que llega de noche
en lugar de dormir, para sentarse junto a mi cama.
Como un niño cansado me recuesto y espero su llegada,
la observo apagar la luz delicadamente.
Sentada inmóvil, a la derecha o la izquierda
se vuelve y, cansada, cansada, inclina la cabeza.
Ella también es vieja; ella, también, ha dado la batalla.
Así, con el laurel que la engalana.
A través de la triste oscuridad, la marea que baja lentamente
rompe en una estéril y contrariada orilla.
Un viento extraño fluye… y otra vez el silencio. Estoy dispuesta
a volver a la Soledad, para tomar su mano,
asirme a ella y esperar hasta que la tierra inerme
se llene de la terrible monotonía de la lluvia.

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