Prendedor

De pronto me doy cuenta que mi padre le ha dado
a su estudiante favorita de medicina, de dieciocho años,
un broche de plata
en la forma de un aeroplano
y un cheque para dos noches de hospedaje
en Las Vegas
acompañado de una carta que, de su puño y letra, dice:
“Deseo que te vaya bien en tu vida pública,
deseo apoyarte en tu primer vuelo desde casa,
creo que este cheque es generoso”,
y miro su mano, sorprendentemente delgada,
el ligero encorvamiento de sus hombros,
su inexpresiva sonrisa,

y me pregunto por qué yo nunca concí a esta mujer
con el pelo del color del tabaco,
la voz suave como los mocasines,
la piel del color de las magnolias tardías,
su ropa del azul que dejan las sombras del invierno
sobre la tierra.

y por qué ahora despierto de este sueño
con la certeza de que el sonido del llanto
debe venir de la habitación vacía
del pasillo de abajo.

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