Pan y pensión
No fue nuestro deber reclamar sino pelear,
para mantener el orden; mira que nadie
escapa a los requerimientos de la Ley.
El precio fue un pedazo de pan, una pensión
y una vida tranquila, en general.
Algunos incluso trabajaron horas extras
para aumentar sus ganancias el día del retiro.
Yo nunca pude entender las quejas de los holgazanes
que encontraron las horas largas
y el tiempo inútil. Siempre lo es.
Las manos diestras sabían cuán buena
puede ser una chimenea en el cuarto de guardia,
o el fulgor de las armas contra las barricadas
o el viento insistente como una esposa, afuera.
Hubo juego de cartas para tales ocasiones
y buenas compañías que nos hacían sentir
como en casa, puesto que, aparte de darse
sin diferencias o injurias, compartieron
opiniones sobre las noticias que leían.
Si se preocuparon fue sólo por la tranquilidad
de la vida. Tú no puedes, ahora, estar en su contra,
porque, ciertamente, cualquier hombre razonable
desearía lo mismo.
Por eso fueron respetables: hicieron lo que les dijeron,
alimentaron presos, enterraron cuerpos inertes
y, en más de una ocasión, arrojaron al fuego
una carretada de muertos.
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