Y sé que en la mañana lloverá

En la habitación a la que acabamos de mudarnos
tenemos como adornos
los despojos
de los anteriores ocupantes,

quienes huyeron despavoridamente
a otra ciudad a la busca de sus almas.

Me siento en la silla que abandonaron
y miro tu rostro nervioso
desmoronándose extrañamente sobre la repisa de madera de la radio.
Observas los insectos imantados
por la luz eléctrica y la ventana,
y entonces sé que pronto me dirás:
este cuarto está muy tétrico
y el cielo parece nublado
porque las palomillas han invadido, otra vez, la habitación.

Pero la razón por la que estás con los nervios de punta
no es porque mi máquina de escribir esté enmohecida
de poemas que no he escrito
o por los adornos que no sirven para nada
sino porque no tenemos un boiler que podamos encender
cuando llegue el invierno.

Sí, veo el talco espolvoreado en tus pechos
y cuento el número de veces que te estropeas la piel
y golpeas el piso.
Veo cómo te cepillas el pelo nada más para librarte
de la turbia noche
y cómo bebes la última taza de té tibio
antes de que el cansancio te venza.

Presiento, esta vez,
que el sueño ha de llegar demasiado tarde.
Alcanzo el frasco de Valium,
y sé que en la mañana lloverá.

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