Abuela
Una muralla de pinos sombríos rodeaba la granja.
En el jardín unos retoños de perejil brotaron
entre los narcisos. Yo tenía nueve años.
Aparte de eso, todo lo que recuerdo es
la silla de mimbre en la que se sentaba
el DIOS BENDIGA NUESTRO HOGAR en la pared de la cocina
y la luz carmesí que resplandecía
a través de las persianas de la ventana de la puerta de entrada.
Después de la bendición me incorporé con los demás
en el concurrido cementerio
escuchando el insistente murmullo del viento
que pronunciaba un nuevo lenguaje
que se derramó sin explicación
sobre esos ríos de piedra arteramente secos.
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