Supermercado

No puedo hacer milagros, Antonio. Y no es una parábola.
Aférrate a mis piernas como puedas, cava como si retornaras
-no servirá de nada. Mira, estamos aquí afuera del supermercado.
El viento sopla y nuestra ropa es delgada.
Mira cómo los ricos pueden usar ropa veraniega en un día
como hoy. Sólo caminan entre las sombras por un momento,
solo lo que dura la moda, todo tan de repente, todo tan deprisa,
porque los espárragos deben comerse frescos, y hay
que encontrar un aguacate perfecto. ¿Conoces el aguacate perfecto, Antonio?
Es suave y jugoso, mejor que un panecillo cualquier día, y mejor
para tu corazón.
Con aguacates necesitas jugo de limón y aceite de oliva extra virgen.
Antonio, Antonio, no puedo hacer milagros, mi amor. Hay cereal,
y al menos yo compro leche. Me molestas, Antonio, tu cabeza
en mi estómago así, empujando y empujando. ¿Qué soy?
¿La farola olfateada por un perro? ¿El palo que una cabra embiste?
Antonio, yo soy tu estúpida y podrida madre: mi cabello está desteñido,
mis ojos mal pintados. Te lo digo por última vez,
con los dientes apretados: no puedo hacer milagros.
Algo va a romperse, Antonio. Y no sé cuándo.

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