Genealogía de mis poemas

Escribí mi primer poema sobre la lluvia a mano
sobre el pupitre de mi escuela, solo.
El primero que tecleé fue en una Remington.
Me dio confianza.
Y luego en una portátil cuyo nombre
he olvidado, al igual que los poemas de medianoche
de amor no correspondido
o el deseo de escapar.
Después hubo años de poesía
escrita al reverso de sobres y notas de consumo,
versos perdidos, fugitivas imágenes
buscando, como yo, pertenecer a algo,
hasta que adquirí mi Studio 45.
Ya no sirve, pero la conservo por haber acompañado
en la escritura de Latitudes y Wall y Going on.
La veo ahora sobre mi escritorio de pino en Palmerston,
la ventana y el árbol de la col,
las colinas que veo mientras espero una metáfora.
Hoy los techos cobrizos del Parlamento danés,
y tres altas chimeneas con penachos de humo
son el paisaje que tengo, y una pantalla que vacila
mientras construyo suavemente este poema cuya
genealogía le debe todo
al fantasma de la máquina,
a los pinos y el mar y las alas de las gaviotas
que fueron el papel, la tinta y la pluma con las que empecé,
blancas conchas recogidas en Hukuwai
donde la tierra es plomiza, como el duro
metal con que por vez primera se forjaron mis palabras.

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