La malla desnuda

Me lo cruzo todos los días de camino

al trabajo, y casi siempre olvido mi promesa

de recordarlo. El ojo interior es perezoso,

descansa al mismo tiempo en el globo ocular, la retina

y la luz. Pero el asunto del árbol no puede pasar indiferente:

existe; llena el paisaje, se eleva por encima

de nuestras oficinas. Sin embargo, pese a esto, a veces

no lo veo. Sucede después de la lluvia, percibo el fuerte olor

del eucalipto en el aire, y las nueces

regadas por el sendero, y entonces (a veces)

al parpadear y hurgar en la grama, recuerdo

los hongos que veloces, inesperados,

aparecen, y rápidamente marchitos, vuelven a desaparecer. Siempre presentes,

ágiles, generalmente inadvertidos: tutae kehua, fantasma

que surge después del trueno. Todo el año

lo intento y casi siempre olvido la presencia

del hongo cesta. Es una malla en movimiento

bajo mis pies. Tan real como un templo.

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