Epístola a John Dickson

Querido, John, olvidaste tu suéter
la última vez que viniste.
Fue a finales de verano,
todavía hacía calor en las tardes,

cuando solías sentarte en el viejo sofá
bajo el cobertizo
con un cigarro y una pila de libros.
Debido a que hacía calor no usabas el suéter
y por esa razón lo olvidaste
a un lado del sofá
donde lo encontré después de que
volvieras al norte
llevándote tu pila de libros
pero dejando un gran recipiente
de agua natural.

Las tardes eran calientes
pero como la mañanas eran aún frías
solías usar el suéter
afuera en el sofá junto a la terraza
con un cigarro y una taza de té.
Mirabas los gorriones y los estorninos
peleando en los comederos
al fondo del jardín
lanzándoles a su miedo y glotonería
el pan fresco al aire
mientras tu rostro se ponía su
habitual expresión de otredad
y perplejidad
como si estuvieras viendo acontecimientos
transmitidos a través de algún tipo
de ambiente enrarecido.
Cuando hablabas
era con una intensa concentración interior.
Era como si estuvieras escuchándote
a ti mismo
sonando como si fueras otro.
No podías recordar muy bien la historia.
Además del suéter y el agua natural
dejaste una bolsa de papel
con champiñones frescos en el refrigerador
junto a algunos tomates
y un par de botellas de Merlot.
También olvidaste el borrador de tu nuevo libro.
Me gusta el poema que escribiste sobre tu nieta.
Especialmente la línea
“la íntima seguridad de los nombres”.
Ahora es otoño
y tú debes estar teniendo frio allá
arriba entre la niebla del río.

Aquí te regreso tu suéter.
Los champiñones y los tomates me los comí,
como era lo debido, gracias,
y el vino lo bebí en compañía de alguien
que he olvidado.
El gran recipiente de agua natural está
lleno de aceitunas Abe, húmedas.
De vez en cuando
recuerdo la línea sobre
“la íntima seguridad de los nombres”.
Esto lo recuerdo normalmente cuando me siento afuera en el sofá,
bajo el sol de invierno,
mientras miro el pequeño paisaje
y pienso en uno más grande
en el cual el largo verano
costa de espejismos, areneros
y surfeadores
te tenga a mitad de camino, John,
como algún tipo de expatriado,
arrojado en esta costa de naufragios,
escuchando un lenguaje que te es
la mitad familiar
y modulando los labios alrededor
del cuidadoso balbuceo de un nombre
que te llevará al futuro
que quieres tener en este lugar
que apenas conoces.

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